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Hogar dulce hogar

  • lorizzonte1
  • 6 ago
  • Tempo di lettura: 4 min
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Hoy quiero hablarte del hogar.

Desde la noche de los tiempos, el hogar ha sido un símbolo poderosísimo para el ser humano.

Desde la prehistoria, el ser humano ha buscado protección, refugio, un lugar donde sentirse seguro. Un espacio íntimo, para compartir solo con personas de confianza y amadas. Un espacio que marcaba un “dentro”, diferenciándolo de ese “afuera” lleno de oportunidades, sí, pero también de peligros.

Hoy, ese “afuera” se ha convertido en un enorme señuelo. Una proyección constante de una serie de objetos de deseo, aparentemente colectivos, como esas publicidades que intentan dirigir nuestra atención hacia algo que parece absolutamente imprescindible para sentirnos realmente completos y en paz con nosotros mismos y con el mundo.

¿Pero es realmente así?

En las próximas líneas, te acompañaré en una reflexión que, a lo largo de mi camino personal y profesional, ha ido tomando forma de manera cada vez más clara.

Esos llamados objetos de deseo suelen perseguirse para asegurar una posición en la escala social. Símbolos de riqueza, fuerza, seguridad, estabilidad.

Uno de ellos es la vivienda propia.

En mi trabajo, que es también mi misión, en sesiones de crecimiento personal y acompañamiento emocional, he conocido a muchas personas convencidas de que poseer una casa es la verdadera medida de su valor.

Como si, quien no tiene una propiedad, fuera a los ojos de la sociedad un pobre “infeliz”.

He acompañado a hombres y mujeres que permanecían atrapados en relaciones tóxicas simplemente porque habían comprado una casa juntos, muchas veces con una hipoteca aún por pagar.

Este fenómeno tiene un nombre: costes hundidos.

Cuando lo que hemos invertido, emocional y financieramente, nos retiene en situaciones que ya no nos hacen bien.

Frases como:"¡Con todos los sacrificios que hice para pagar esta casa… no puedo perderla!"se repiten con frecuencia.

Hoy, mi larga experiencia personal, entrelazada con mi misión de ayuda, me lleva a afirmar que muchas personas han perdido totalmente de vista, o tal vez nunca han considerado, la otra casa, la invisible pero esencial: la casa interior.

Con los años, he visto cuánto se descuida, incluso se olvida, esa casa.

Cuando alguien acude a mí con un malestar personal, relacional o existencial, en la mayoría de los casos es evidente: su casa interior está en desorden, vacía o abandonada.

En estos casos suelo decir:"Has estado demasiado tiempo fuera de casa."

Y cuando me miran con desconcierto, aclaro:"Hablo de tu casa interior."

Cada vez que buscamos fuera de nosotros todo aquello que sentimos que nos falta, intentando sanar heridas del alma, anestesiar dolores o traumas profundos, salimos de casa y, paso a paso, nos alejamos de ella.Y esa distancia se traduce en desorientación, inestabilidad y pérdida:

"Ya no me reconozco."

"No sé quién soy."

"Me siento vacío/a."

"No tengo motivación."

Si en ese momento preguntara:"¿Cómo es tu casa interior? ¿Cuántas habitaciones tiene? ¿Cuál es tu favorita, aquella en la que encuentras paz, descanso, entusiasmo?"

Muchas veces no recibo respuesta. Como si hubieran perdido la dirección.

No se puede estar bien con uno mismo si se ha dejado la casa interior en estado de abandono, mientras toda la energía se ha dirigido hacia el exterior.

Una casa interior descuidada, amueblada deprisa con lo que parecía necesario, sin personalidad, muchas veces con objetos que han dejado otros: juicios, expectativas, traumas… que nunca fueron devueltos a sus legítimos dueños.

Esa casa se vuelve oscura, polvorienta, caótica. Entran muchos, dejan huellas, ensucian, cambian cosas.

¿Y nosotros? Nos sentimos huéspedes en nuestra propia casa, que hemos subarrendado a los demás.

Reconectar con nuestro yo auténtico es como volver finalmente a casa. Abrir la puerta, abrir de par en par las ventanas, dejar entrar la luz y el aire nuevo. Mirar alrededor y reconocer las habitaciones, decidir cómo habitarlas, dónde derribar una pared para ampliar el espacio y la luz, y crear rincones de belleza y paz.

Habitar una casa no es lo mismo que simplemente vivir en ella.

Un cuerpo puede ocupar un espacio, pero solo la presencia auténtica le da sentido.

A veces entramos en casas hermosas, perfectas, como sacadas de una revista, pero se sienten frías, vacías. Otras veces entramos en lugares simples, pero cálidos y acogedores, donde se siente la presencia viva de quien los habita.

Lo mismo ocurre con nuestra casa interior.

Habitarla es decidir sacarla de esa revista de lujo y decorarla con todas esas experiencias que colorean las paredes y llenan los espacios con recuerdos, los más preciados y también los que han marcado nuestro camino.

Solo así se convierte en verdaderamente nuestra.Solo así puede realmente protegernos y crecer con nosotros.

En esta casa podremos encontrar refugio y descanso, sentirnos cómodos, felices y realizados. Esta es verdaderamente nuestra casa, y ninguna ley ni ningún detractor podrá jamás arrebatárnosla.

Un día, estaba en un vuelo de Milán a Tenerife, regresando de un viaje para ver a mi familia. Durante el aterrizaje, me vino un pensamiento:"Estoy volviendo a casa."

Pero enseguida llegó una pregunta:"¿Casa? ¿Cuál es mi casa? ¿Milán o Tenerife?"

Por un momento, me invadió la duda.

Faltaban solo unos minutos para aterrizar.

Tenía que decidir dónde estaba mi hogar.

Si la respuesta era Tenerife, todo bien.

Pero si era Milán, o, mejor dicho, Tradate, en la provincia de Varese, entonces tenía un problema.

Y justo cuando el avión tocó tierra, llegó la respuesta, clara, profunda, definitiva:

Hogar es donde me siento bien. Donde reinan el amor y la armonía, por dentro y, como reflejo, también por fuera.

Hogar soy yo.

Bienvenida a casa!

Han sido necesarios años de compromiso, cuidado y amor para amueblar mi casa interior. Hoy es para mí el lugar más bello y acogedor del mundo, y quienes entran me dicen que sienten lo mismo.

¿Y tú? ¿Cómo es tu casa? Si sientes la necesidad de volver a casa, o de renovarla, quiero que sepas que puedo ayudarte.

No como arquitecta de interiores, sino como arquitecta del alma, para que tú también puedas sentir que habitas la casa más lujosa y valiosa del mundo: tú mismo, tú misma.


Desde el alma, con amor,


Laura Monza


 
 
 

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